De pronto me aqueja un dolor ajeno, un dolor ajeno que me apropié, el fallecimiento de una presona con la que dudo haber cruzado palabra alguna vez; sin embargo su muerte me hace pensar en la fragilidad de nuestra existencia, me hiere, me duele, me ha dejado de pronto una basurita en el animo que no puedo limpiarme.

Quiza es un dolor egoista, quiza es el sentimiento de fragilidad que evitamos sentir y que nos molesta pensar. Tal vez es el desencanto de saber que alguien puede arrebatarle la vida a otro con tanta facilidad, sin pensarlo, por pasar el rato, por un momento de enojo, y me lleva a reflexionar sobre lo complicada o sencilla que puede ser la naturaleza humana, sobre la posibilidad de que en algunos seres que se dicen humanos y caminan en dos piernas entre nosotros pudiese darse la ausencia de la conciencia, de ese inquilino que mora en nosotros y nos hace pensar o senitir que lo que hacemos es correcto u incorrecto quiza estos entes, que matan por gusto, por diversion o por un momento de enojo sean el producto de una sociedad a la que nada le importa ya, de una sociedad carente de interes por los demas, de una sociedad llena de avances tecnologicos y en un franco retroceso en los valores morales, en los valores naturales, una sociedad en la que se ha perdido por completo el contacto humano, el respeto a la vida, a la naturaleza, el respeto a uno mismo.